Viaje al interior del Colgado
Viajar es muy útil, hace trabajar la imaginación. El resto no son sino decepciones y fatigas. A eso debe su fuerza. Va de la vida a la muerte (…) Basta con cerrar los ojos.
Céline (en Viaje al fin de la noche)
La cosa empezó así. A finales de septiembre, mi vida cambió tanto, que, de la noche a la mañana, todo lo que hasta entonces era sólido, de súbito perdió su grave condición.
Mis días de octubre avanzaron en una deriva sin gobierno; qué irónico fue comprobar cómo toda esa gravedad que creía me anclaba a la Tierra, que sustentaba mi mundo material y espiritual, y que me aseguraba la tranquilidad de mis días, no había sido sino una leve percepción.
No sé qué llegó antes, si la incomprensión o el desconcierto. Me sentí a merced de todos los vientos y todas las lunas. Y porque me tengo mucho respeto, no llegué a hablar de mí en tercera persona, pero poco me faltó de tanto quejarme. Hoy, meses después, compruebo con hilaridad que ese momento de nadería duró lo justo para darme cuenta de que, de seguir así, me hubiera embarcado en un raro viaje hacia el fin de una larga noche.
Para mi fortuna, pronto inicié el tiempo de silencio y recogimiento. Empecé a mirar el mundo desde otra perspectiva, la que me mostraba mi nueva realidad. En apenas semanas, mis ideas afloraron con gran confianza, incluso mayor de la que a priori me otorgaba a mí misma. Séneca me recordó que no hay viento favorable para aquel que no sabe adónde va. Estaba colgada, así me vi, pero mi nueva postura, a ratos bastante incómoda —he de aclarar—, me ayudó a madurar al sol. Estaba colgada de un pie entre dos árboles, contemplando ese mundo mío que, sin previo aviso —me decía, tontamente¬—, se había dado la vuelta, y sin embargo ahora intuía al derecho y con un destino.
En los parques del sitio donde vivo, los niños juegan a la peonza, que gira sobre la tierra, en sus manos, en el aire, en cualquier sitio, como si bailara el tango Yira Yira de Discépolo (a mí me gusta mucho la versión de Gardel). El truco para que la peonza obedezca, está en conseguir ese equilibrio mágico donde se cumplen todos los mandamientos de la Física. El centro. Y eso es lo que le ocurre al Colgado. La mejor postura cuando la vida te descoloca y te saca de tu cómodo centro, es que te cuelguen como un péndulo, o que te aten de un pie como una peonza, porque una tarde, en un parque al sol, de súbito algún inocente, tirará de la cuerda que te ata, y tú volverás a bailar libre. Esta vez al derecho, y con menos miedos. Es la danza del mundo. Has aprendido bien los pasos, ya los ensayabas, aunque al revés, cuando estabas colgado. Y si la reflexión, y el ensayo han sido fructíferos, te sentirás tan leve, que la próxima vez que tu estrella no brille, el rayo hiera tu torre o la vida te cuelgue en ese abismo que llamamos fatalidad (que ocurrirá), sabrás que había que caer allí porque ésa es la única manera de superarlo.
Todo el mundo conoce la famosa cita de Ortega: «Yo soy yo y mi circunstancia»; a mí me gusta más la segunda parte: «Y si no la salvo a ella, no me salvo yo». El Colgado es esa estación de paso en nuestro presente, ese parón de la vida en la danza de la realidad, donde aseguramos nuestra circunstancia, donde salvamos nuestro destino.
Feliz día a los que creen en todo lo visible y lo invisible.