Una Papisa en la hoguera
Hay muchas historias ocultas tras el arcano de La Papisa, y muchas papisas para contarlas. La que vemos aquí pertenece al que es, probablemente, el tarot más bello del mundo, conocido como Tarot Visconti-Sforza y realizado en el siglo XV. Se sabe que el duque de Milán Felipe María Visconti encargó, al menos, tres series de cartas primorosamente pintadas a mano, aunque no se sabe con exactitud qué artistas realizaron tan espléndido trabajo. Las que han llegado hasta nuestros días pertenecen a los más prestigiosos museos y colecciones. Esta en concreto es propiedad de la Biblioteca Pierpont Morgan de Nueva York.
Una de las características de los Tarot encargados por Visconti es que identifican en los arcanos mayores a distintos personajes de su aristocrática familia. De manera que esta Papisa que tenemos aquí existió con nombre y apellido: se trata de Maifreda de Pirovano, prima de Mateo I Visconti. Vivió en el siglo XIII y viste el hábito marrón de las hermanas Umiliatas en cuyo monasterio de Santa Catarina de Brera había ingresado. Y si cubre su cabeza con la tiara pontificia lo hace por derecho, ya que fue nombrada Papisa de la secta Guglielmita. Con esos poderes nombró cardenales, ofició misas y distribuyó la eucaristía, convirtiéndose en un símbolo precursor de la igualdad feminista. Claro que, por hacer todo eso, la Inquisición la juzgó como hereje y la condenó a la hoguera, en cuyas llamas murió en el año 1300.
Todo empezó con otra mujer que, hacia el año 1260, se presentó con su hijo a las puertas de un monasterio, en este caso el cisterciense de Chiaravalle, en Milán, cuyos monjes la acogieron. Pronto apuntó maneras de milagrera y sanadora, y su fama se extendió por la comarca. Decía llamarse Guglielma de Bohemia y ser hija del rey Otakar de Bohemia con su segunda esposa, Constanza de Hungría. Y afirmaba ser la encarnación del Espíritu Santo.
Eran tiempos revueltos. Más o menos setenta años antes el místico y visionario cisterciense Joaquín de Fiore había profetizado el fin del mundo precisamente para el año 1260. Según se acercaba la fecha, las calles se llenaban de flagelantes y de creyentes despavoridos que se cubrían de arpillera y ceniza esperando el final de los tiempos. De Fiore también había profetizado que el Espíritu Santo bajaría entonces a la Tierra encarnado en una mujer que reconduciría a la Iglesia hacia nuevos caminos de salvación.
Eso era, precisamente, lo que afirmaba ser Guglielma de Bohemia: la encarnación del Espíritu Santo profetizada por el abad cisterciense. Decía más cosas, como que, al igual que Jesucristo, ella también había sido anunciada. En su caso, fue el Arcángel Rafael quien se apareció a su madre la reina Constanza para vaticinarle que el Espíritu Santo encarnaría en su vientre el día de Pentecostés. Un año más tarde, en Pentecostés, nacía la pregonada Guglielma.
El caso es que su fama fue creciendo y Guglielma se ‘independizó’ creando su propio culto, el de los Guglielmitas. Tuvo numerosos seguidores, muchos de ellos miembros de las más encumbradas familias milanesas. Su credo contaminó a miembros del clero, especialmente a las monjitas del convento de Umiliatas de Santa Catarina. Una de estas hermanas, Maifreda de Pirovani, se convirtió rápidamente en líder del movimiento, ayudada por Andrea Saramita, que se ocupó de dar base teológica a la secta.
Guglielma murió en el año 1281. Considerada cuando menos una santa, pronto se trasladaron sus restos a una notable sepultura en el monasterio cisterciense de Chiaravalle. Las hermanas Umiliatas de Santa Catarina pidieron a Roma su canonización. Maifreda de Pirovani fue nombrada Papisa por los seguidores Guglielmitas, esperando que al cabo de pocos años sustituyera al impostor que ocupaba el asiento Vaticano. Mientras tanto, Andrea Saramita redactaba unos nuevos evangelios con las enseñanzas de la fallecida Guglielma.
Todo parecía ir sobre ruedas hasta que la Iglesia descubrió la herejía que se ocultaba bajo el culto Guglielmita y en 1284 nombró inquisidores para perseguir a la secta. Entre ellos a Ranieri de Pirovano, pariente de la papisa Maifreda. En el año 1300 la Inquisición abrió Tribunal en Milán y juzgó a una larga lista de herejes Guglielmitas. Entre ellos estaban el vizconde Matteo I Visconti y su hijo, Galeazzo I Visconti. Ambos se libraron de ir a la hoguera aunque pagaron un alto precio político. De hecho, fueron excomulgados.
Peor suerte corrieron otros miembros de los Guglielmitas, como Andrea Saramita y la propia Papisa Maifreda de Pirovano, que fueron condenados y quemados en la hoguera. El Tribunal juzgó también a Guglielma de Bohemia, aunque llevaba años muerta y enterrada. Eso no fue obstáculo para que, siendo declarada hereje y condenada a la hoguera, desenterraran sus restos del sepulcro de Chiaravalle y los arrojaran al fuego cumpliendo así la sentencia.
Sin embargo, eso no acabó con el culto Guglielmita, que perduró manteniendo viva la herejía y, con ella, la aspiración a que una mujer alcanzara el papado algún día. Siglo y medio después, en tiempos de Bianca María Visconti, duquesa de Milán casada con Francisco Sforza, en la iglesia de san Andrea, en Brunate, se pintaron una serie de frescos con motivos de la vida de Guglielma de Bohemia. En uno de ellos se ve a ‘santa’ Guglielma con dos personas arrodilladas a sus pies, una mujer con un hábito a la que algunos identifican con Maifreda de Pirovano, la Papisa Guglielmita, y un hombre que sería Andrea Saramita.
La devoción a Santa Guglielma, milagrera y generosa, ha perdurado en la región milanesa hasta hoy. Lo mismo ocurre con la Papisa Maifreda, cuyo recuerdo se conserva en el bellísimo arcano II del Tarot Visconti.